viernes, 10 de febrero de 2017

El desafío de una Economía Solidaria

Los actores económicos están llamados a incluir a la economía como un factor indispensable para tomar decisiones

El mercado mundial actual  puede ser considerado como un sistema auto organizador que produce por sí mismo sus propias regulaciones, pese y gracias a evidentes e inevitables desórdenes. Así, se puede suponer que, utilizando algunas instancias internacionales de control, podría calmar sus impulsos, reabsorber sus depresiones y, tarde o temprano, resolver e inhibir sus crisis.
Todo sistema auto organizador es, de hecho, auto-eco- organizador, es decir, autónomo y dependiente con respecto a sus ecosistemas. La economía no se puede considerar como una entidad cerrada. Es una instancia autónoma/dependiente de otras instancias (sociológica, cultural, política) también autónomas y dependientes unas de otras.
Así, la economía de mercado supone un conjunto coherente de instituciones y este conjunto coherente hace falta a escala planetaria, igualmente ligada al tema ambiental
A la ciencia económica hay que incluirle la relación con lo no económico. Es una ciencia donde la matematización y la formalización son cada vez más rigurosas y refinadas; pero esas cualidades padecen el defecto de abstraer el contexto (social, cultural, político); esta ciencia logra su precisión formal olvidando la complejidad de su situación real, es decir, olvidando que la economía depende de lo que depende de ella. Por ello, el saber economicista que se encierra en lo económico se vuelve incapaz de prever las perturbaciones y el devenir, y se vuelve ciego para lo económico mismo. De allí la importancia de una verdadera economía que incluya el tema ambiental
La economía mundial parece oscilar entre crisis y no crisis, entre desajustes y reajustes.
Profundamente desajustada, restablece incesantes ajustes parciales, con frecuencia a costa de destrucciones (de los excedentes, por ejemplo, para mantener el valor monetario de los productos) y estragos humanos, culturales, morales y sociales en cadena (desempleo, aumento de las plantaciones para producir droga). Desde el siglo XIX, el crecimiento económico ha sido no sólo el motor sino también el regulador de la economía, aumentando la demanda junto con la oferta. Pero al mismo tiempo ha destruido irremediablemente las civilizaciones rurales y las culturas tradicionales. Ha aportado mejoras considerables al nivel de vida y ha provocado perturbaciones en el modo de vida.
De todos modos, es posible observar que en el mercado mundial se instalan y se manifiestan:
- el desorden en la cotización de las materias primas con sus desastrosas consecuencias en cadena;
- el carácter artificial y precario de las regulaciones monetarias (intervenciones de los bancos centrales para regular el tipo de cambio e impedir, por ejemplo, la caída del dólar);
- la incapacidad para encontrar regulaciones económicas para los problemas monetarios (como la enorme deuda de los países en desarrollo, de cien mil millones de dólares) y regulaciones monetarias para los problemas económicos (eliminar o restablecer la libertad del precio del pan) que son, a la vez, problemas sociales y políticos;
- la gangrena de las mafias que se generaliza en todos los continentes;
- la fragilidad ante las perturbaciones no estrictamente económicas (cierre de fronteras, bloqueos, guerras);
- la competencia en el mercado mundial, que lleva a la especialización de las economías locales o nacionales; eso provoca una necesidad de solidaridad cada vez más vital entre todos
Además, el crecimiento produce nuevos desajustes. Su carácter exponencial ocasiona no sólo un proceso multiforme de degradación de la biosfera sino también un proceso multiforme de degradación de la psicoesfera, es decir, de nuestras vidas mentales, afectivas, morales, y esto genera consecuencias en cadena y en circuito.
Los efectos civilizadores de la mercantilización de todas las cosas –acertadamente anunciada por Marx: después del agua, el mar y el sol, los órganos del cuerpo humano, la sangre, el esperma, el óvulo y el tejido fetal también se volvieron mercancías-- son la extinción de la donación, de lo gratuito, del ofrecimiento, del favor y la casi desaparición de lo no monetario, que erosionan los valores diferentes del afán de lucro, el interés financiero y el ansia de riquezas.
En suma, se ha puesto en marcha una máquina infernal; como dice René Passet: "Una competencia internacional insensata obliga a buscar, a cualquier precio, excedentes de productividad que, en vez de repartirse entre consumidores, trabajadores e inversionistas, se dedican básicamente a comprimir costos para obtener nuevos excedentes de productividad que, así mismo, etcétera" [Les Echos, mayo de 1992]. En esta competencia, el desarrollo tecnológico se usa para obtener productividad y rentabilidad, creando y aumentando el  desempleo,1 y alterando los ritmos humanos.

Es cierto que la competencia sigue siendo a la vez el gran estímulo y es en este  paradigma de competencia donde el ser humano, debe entender que el plan de hombre y su vínculo con el planeta, es uno solo, es el hombre el llamado a observar el cuido del ambiente, como una responsabilidad y ética necesarias para su supervivencia y poder afrontar, todos aquellos retos que le permitan ser exitoso no solo a nivel de negocio, si no en el cuido dada su responsabilidad como ente capaz de proteger el ambiente.

Colaboración de MBA.MGP.Bryan Villalobos
Marcapaiscr