Los actores económicos están llamados a incluir a la economía como un factor indispensable para tomar decisiones
El mercado mundial
actual puede ser considerado como un
sistema auto organizador que produce por sí mismo sus propias regulaciones,
pese y gracias a evidentes e inevitables desórdenes. Así, se puede suponer que,
utilizando algunas instancias internacionales de control, podría calmar sus
impulsos, reabsorber sus depresiones y, tarde o temprano, resolver e inhibir
sus crisis.
Todo sistema
auto organizador es, de hecho, auto-eco- organizador, es decir, autónomo y
dependiente con respecto a sus ecosistemas. La economía no se puede considerar
como una entidad cerrada. Es una instancia autónoma/dependiente de otras instancias
(sociológica, cultural, política) también autónomas y dependientes unas de
otras.
Así, la economía
de mercado supone un conjunto coherente de instituciones y este conjunto coherente
hace falta a escala planetaria, igualmente ligada al tema ambiental
A la ciencia
económica hay que incluirle la relación con lo no económico. Es una ciencia
donde la matematización y la formalización son cada vez más rigurosas y
refinadas; pero esas cualidades padecen el defecto de abstraer el contexto
(social, cultural, político); esta ciencia logra su precisión formal olvidando
la complejidad de su situación real, es decir, olvidando que la economía
depende de lo que depende de ella. Por ello, el saber economicista que se encierra
en lo económico se vuelve incapaz de prever las perturbaciones y el devenir, y
se vuelve ciego para lo económico mismo. De allí la importancia de una
verdadera economía que incluya el tema ambiental
La economía
mundial parece oscilar entre crisis y no crisis, entre desajustes y reajustes.
Profundamente
desajustada, restablece incesantes ajustes parciales, con frecuencia a costa de
destrucciones (de los excedentes, por ejemplo, para mantener el valor monetario
de los productos) y estragos humanos, culturales, morales y sociales en cadena
(desempleo, aumento de las plantaciones para producir droga). Desde el siglo
XIX, el crecimiento económico ha sido no sólo el motor sino también el regulador
de la economía, aumentando la demanda junto con la oferta. Pero al mismo tiempo
ha destruido irremediablemente las civilizaciones rurales y las culturas
tradicionales. Ha aportado mejoras considerables al nivel de vida y ha
provocado perturbaciones en el modo de vida.
De todos modos, es
posible observar que en el mercado mundial se instalan y se manifiestan:
- el desorden en
la cotización de las materias primas con sus desastrosas consecuencias en cadena;
- el carácter
artificial y precario de las regulaciones monetarias (intervenciones de los bancos
centrales para regular el tipo de cambio e impedir, por ejemplo, la caída del
dólar);
- la incapacidad
para encontrar regulaciones económicas para los problemas monetarios (como la
enorme deuda de los países en desarrollo, de cien mil millones de dólares) y regulaciones
monetarias para los problemas económicos (eliminar o restablecer la libertad
del precio del pan) que son, a la vez, problemas sociales y políticos;
- la gangrena de
las mafias que se generaliza en todos los continentes;
- la fragilidad
ante las perturbaciones no estrictamente económicas (cierre de fronteras, bloqueos,
guerras);
- la competencia
en el mercado mundial, que lleva a la especialización de las economías locales
o nacionales; eso provoca una necesidad de solidaridad cada vez más vital entre
todos
Además, el
crecimiento produce nuevos desajustes. Su carácter exponencial ocasiona no sólo
un proceso multiforme de degradación de la biosfera sino también un proceso multiforme
de degradación de la psicoesfera, es decir, de nuestras vidas mentales,
afectivas, morales, y esto genera consecuencias en cadena y en circuito.
Los efectos
civilizadores de la mercantilización de todas las cosas –acertadamente anunciada
por Marx: después del agua, el mar y el sol, los órganos del cuerpo humano, la sangre,
el esperma, el óvulo y el tejido fetal también se volvieron mercancías-- son la
extinción de la donación, de lo gratuito, del ofrecimiento, del favor y la casi
desaparición de lo no monetario, que erosionan los valores diferentes del afán de
lucro, el interés financiero y el ansia de riquezas.
En suma, se ha
puesto en marcha una máquina infernal; como dice René Passet: "Una competencia
internacional insensata obliga a buscar, a cualquier precio, excedentes de productividad
que, en vez de repartirse entre consumidores, trabajadores e inversionistas, se
dedican básicamente a comprimir costos para obtener nuevos excedentes de
productividad que, así mismo, etcétera" [Les Echos, mayo de 1992]. En esta
competencia, el desarrollo tecnológico se usa para obtener productividad y
rentabilidad, creando y aumentando el desempleo,1
y alterando los ritmos humanos.
Es cierto que la
competencia sigue siendo a la vez el gran estímulo y es en este paradigma de competencia donde el ser humano,
debe entender que el plan de hombre y su vínculo con el planeta, es uno solo,
es el hombre el llamado a observar el cuido del ambiente, como una
responsabilidad y ética necesarias para su supervivencia y poder afrontar,
todos aquellos retos que le permitan ser exitoso no solo a nivel de negocio, si
no en el cuido dada su responsabilidad como ente capaz de proteger el ambiente.
Colaboración de MBA.MGP.Bryan Villalobos
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